miércoles, 19 de agosto de 2015

Podencos felices: Chico

Chico tuvo un comienzo demasiado turbio, como desgraciadamente lo tuvieron la mayoría de nuestros podencos. Sus primeros días los pasó conviviendo en la calle con otros perros, buscándose la vida y alimentándose de lo poco que le facilitaban algunas personas con un mínimo de empatía hacia ellos. Nadie lo sabe a ciencia cierta, pero es muy fácil imaginar que fue algún cazador quien lo abandonó a su suerte.

Chico sobreviviendo en la calle.

Así pasó varios meses hasta que, inesperadamente, los operarios de la perrera aparecieron un día por la zona llevándose a sus compañeros de fatigas. Sin embargo, nuestro Chico logró escapar de ellos gracias a la velocidad que les caracteriza. 

Su ingenuidad no tardó en llevarle de nuevo a aquel lugar que él consideraba su hogar, en busca del poco cariño y comida que recibía de vez en cuando. Desgraciadamente, lejos de encontrar sustento se topó de nuevo con los trabajadores de la perrera, que esta vez si pudieron hacerse con él.

Dadas sus características se trataba de un firme candidato para ser eutanasiado: presentaba un profundo trauma por maltrato y le faltaba parte del labio por culpa de alguna mala experiencia de cuando era aún un cachorro. Para colmo de males, se trataba de un podenco. Un perro de caza que no sirve para vivir en familia.

Paradójicamente es aquí donde su destino empiezó a cambiar. Y es que aquellas personas que un día cuidaron y alimentaron a Chico en la calle se apiadaron de él y contactaron con la APAF, una protectora de la zona que consiguió rescatarle 'in extremis'.

Es en este punto de la historia cuando aparece Juan, convirtiéndose en su casa de acogida y al mismo tiempo, en su ángel de guarda. Parece mentira que hayan pasado dos años de aquello.

Puede que Chico no fuera el podenco más guapo del mundo, pero si era el más cariñoso, dulce y noble. Con su mirada reclamaba afecto y atención. Tanto, que no dudaba en echarse a los brazos de aquel que le regalara una caricia.


Los primeros momentos junto a él fueron los más complicados. Durante la primera semana pasó gran parte del tiempo detrás de la puerta de la vivienda familiar, escodiendose del mundo. Incluso a veces parecía tener la intención de querer abrirla para salir huyendo de allí. Pero pronto empezó a sentirse como uno más de la familia y a comprender que también hay personas buenas que no usaban las manos para golpearle sino para acariciarle.

7 meses después pasó a convertirse en un miembro definitivo de la familia.

De su pasado le queda el recuerdo de la calle: sus paseos son todavía demasiado tensos y él no puede evitar salir nervioso, jadeando y lamentándose, pero al llegar a casa se relaja y vuelve a verse de nuevo ese podenco equilibrado que habita en él y esperamos que pueda permanecer siempre en él  a medida que, con el tiempo y el cariños y tesón de su familia, vayan desapareciendo esos pequeños traumas que aún le quedan.



Hoy podemos decir que Chico es un podenco feliz que aprovecha al máximo esa segunda oportunidad que la vida le ha brindado, disfrutando de cada momento, aparcando los miedos y temores y jugando como sólo los podencos saben (y deberían) hacerlo.

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